La Flaca o la Altísima, como prefiera.
Alta si es, parece infinita, la gente siempre se ha preguntado quien la puso allí, quien la sembró en la mitad de la nada, nunca nadie supo la respuesta. Cuando llegaron estaba allí y cuando se fueron todavía estaba allí.  
Ella si se acuerda de quien la trajo, era un hombre corpulento, alto y de hombros anchos, que la transportó ladrillo por ladrillo en grandes camiones y la construyó con sus manos. Nunca supo para qué, ni por qué construyeron tantos edificios en sus alrededores, ni para qué servía el ruido de tantas máquinas de hierro que con el tiempo fueron cambiando los llantos por lamentos. El día que se callaron los lamentos se llevaron los edificios y las máquinas de hierro. Curiosamente, se fueron el mismo día que se fue la gente.
Se quedó sola, ocasionalmente un amoroso viento la acaricia o alguna lluvia la refresca. En una ocasión creció un árbol cerca, se aburrió de tanta melancolía y se secó. Los árboles son melancólicos por naturaleza, pero no soportan la melancolía ajena, prefieren irse, como la gente, aunque eso fue por otras razones que no vienen al caso.
Ahora, ella baila sola.