La Minera o La Fumata Negra, como prefiera. 
Los ancianos se acuerdan de ella con nostalgia y los pulmones silicosiados, podridos por la lumbre. Los jóvenes ven la montaña de escorias como la Montaña Mágica de Thomas Mann, pero negra. 
Las mujeres la ven como el pilar de una cruz invisible, memoria de los muertos vivos y de los otros, los que se fueron al cielo de los infelices borrachos de la desesperanza. Los citadinos la ven como el recuerdo de los buenos tiempos, cuando la cerveza era barata y el pan pan, esponjoso y de verdadera miga. Las bellas damas no la ven, solo es un accidente en el paisaje de sus sueños, como un piojo en sus muselinas, los hombres de Panamás no la ven, solo ven a las bellas damas que no la ven, los campesinos la veían, pero ya no la ven, se han ido del campo a otros campos o la gran ciudad, pero la recuerdan como el principio del fin y la muerte de su último caballo, por silicosis, también. Otros la vemos en las postales antiguas, las fotos de Instagram, de Pinterest o en cualquier blog de nostálgico de las grandes epopeyas de cuando los hombres vivían poco y en fábricas de futuro, hasta que Zola, el innombrable Zola, publicara Germinal y daño el sueño de las bellas damas, de los hombres de Panamás y de los ojeadores de fotos viejas.
Ella sigue allí y no entiende por qué con tanta miseria no la han derrumbado, tampoco era feliz.
El mundo ya no es como era, menos mal, aunque...