El viento o la Chimenea, como prefiera.
El viento eleva hasta el alma, remueve todo por su paso para dejarlo igual, revuelto pero igual, así es el viento, siempre igual, siempre impredecible, siempre de norte a sur o de sur a norte, cruzándose con otros vientos, bailando un vendaval de aire, silbando entre los surcos de la tierra, soplando las aguas y dejándolas exhaustas, en éxtasis y en admiración por este ser inatajable, insumiso, libre, loco, cargando las salpicaduras de las aguas por los campos de las tierras bajas, fertilizando las nubes, amando la chimenea que obstruye su paso con terquedad, esta chimenea que construyeron los hombres para que las ventiscas se lleven las grises nubes de sus factorías, como si desaparecer el cadáver hiciera menos ignominiosas sus agresiones a la tierra, al agua, al viento y a las lluvias.
Así es el viento, siempre libre, así es el hombre, siempre gris.

La chimenea no tiene la culpa.