Los cordones umbilicales invisibles.
Nací con uno, tú también, uno muy real, de carne y membrana, largo y enredado. Un cordón de vida. Sin el no hubiera tenido pasado, no tendría presente ni mucho menos futuro. Fue único, mío, personal, intransferible y desapareció en la noche de los tiempos en los trasfondos de la maternidad de un hospital de mediados del siglo veinte de la capital de una tierra, bisagra entre los que hablan una lengua y los que hablan otra, algo así como un lugar entre mundos, entre los de arriba y los de abajo, entre los de un lado y los del otro, entre los altos y los enanos... A mi solo me quedo cierta incertidumbre, cierta extraña sensación de no ser de ningún lado y de todos a la vez, la incertidumbre resultante de nos saber si quedarme o moverme, de esconderme o de echar a andar en la búsqueda de mi cordón, de mi lazo primigenio…
No soy mujer, ellas tienen cordones de entrada y de salida, son bicéfalas, no de cabezas pero si de cordones, nosotros no, yo no, soy monocéfalo, soy el fruto de un único cordón y no tengo cordón de salida, no tengo puerta de salida. 
Quizás por esto siento la necesidad de establecer cordones transitorios, emocionales, esenciales. No son cordones físicos, no se pueden medir, no sirven para establecer, descubrir o transmitir ningún tipo de adn , no transportan ni sangre ni alimentos pero si sirven para enredarse, asunto complejo si tenemos en cuenta que para desenredarlos generalmente es necesario cortarlos, segarlos con todas las consecuencias que conllevan estas rupturas. 
Son vitales para mi, desarrollarlos y cuidarlos es muy importante porque son las únicas conexiones por medio de las cuales puedo proyectar y recibir la información que necesito como alimento esencial.